El poeta trasnochado tenía un aire a mucha gente. Quizás no era él, quizás sólo era su forma de hablar, de moverse, de aparentar ser el poeta trasnochado que, por supuesto, no era. Su novia, extremadamente delgada y con su pelo negro de efigie recortándole la frente, se movía rápidamente de un lado para otro, cámara en mano, fotografiando el evento. La novia del artista.
Pensé entonces lo inevitable, en la presentación de aquella revista literaria, y era si por algún costado podría parecerme yo, nosotros, a ellos, vistos desde fuera. Quise pensar que no, por supuesto, pero abandoné esa reflexión rápidamente, no vaya a ser…
Una mujer se sentó en nuestra mesa y tras presentarse y hacer una serie de afirmaciones inconexas empezó a recitar refranes criollos, a ver si los conocíamos. Estaba loca, en el mejor sentido de la palabra. Nos contó que se llamaba Hebe. Nos contó que en cierta ocasión una alemana la había llevado a rastras sin tomar ni un café por todo Berlín, buscando un reloj que le habían encargado, búsqueda que ella habría abandonado en el segundo intento.
¡Qué empieza!, ¡qué empieza!. La primera señora que recita habla de la luna reflejada y de un corazón latiendo al compás. Un desastre. El segundo, un chico que dice haberse editado sus propios cuentos a mano en vista de que nadie se los publicaba, demuestra con su relato cómo a veces las editoriales sí tienen razón. Llega un merecido descanso. Hebe se fue al baño y una escritora joven amiga suya y nosotras nos miramos incómodas. “Pues vino frío el invierno este año”. Hebe, que resulta ser la escritora Hebe Huart, vuelve a la mesa con su desparpajo natural y, acercándose a nosotras estalla ¡qué malos!
Gracias, es lo que nos queda por decir después de las carcajadas, gracias por decirlo. Luego ella, sin darse cuenta de la proeza , nos cuenta anécdotas sobre sus alumnos del taller literario. Cualquier cosa.
Como postre, un grupo llamado tribal nosequé destroza tangos con unos bongos enormes.
Queridos y queridas alguienes, que andamos y que andarán por ahí ¡qué buenos somos!