lunes, 23 de julio de 2007

Gofio

Vendía bolsitas de gofio.
Esa tarde en La Boca hacía un frío terrible, unos días después nevaría y ya se notaba, claro que yo eso no lo sabía cuando conocí a Gofio, y aunque lo hubiera sabido no habría comprendido su importancia, no sin ver a los porteños felices, lanzarse a la calle, con cámaras de fotos, llamado a sus amigos y familiares, “asomáte, asomáte ¡¡está nevando!!” . Y es que en unos días nevaría después de 90 años en Buenos Aires. Pero eso yo no lo sabía, y seguramente Gofio tampoco mientras intercambiábamos experiencias patrias sobre el gofio y los potajes.
Gofio tenía una libreta llena de direcciones de chicas extranjeras, decía haberlas adoptado, las hijas que nunca tuvo, decía, y la verdad que Gofio parecía un padre, o casi un abuelo. El caso es que a su veintena de extranjeras adoptivas decía mandarles cartas con poemas y recomendaciones para cuando se echaran novio.
Gofio sabía poemas de memoria, algunos seguro los improvisaba, y los recitó, aquella tarde entusiasmado, entre saludo y saludo de la gente del barrio.
Gofio había perdido a su mujer y a su madre hacía poco tiempo. También había perdido su casa, y ahora dormía en la calle.
Claro que a mí eso no me lo contó, sólo hablamos de las propiedades del gofio y de su libreta de amigas del mundo.

Al parecer en México el gofio se usa como tratamiento pediátrico.
Hacía un frío terrible aquella tarde.