Montevideo es una ciudad de agua. Eso lo supe desde que llegué, cuando el aire húmedo me empapó las mejillas, nada más bajar del taxi. Aire de agua que casi se tocaba, y luego cada mañana, las calles mojadas, los charcos que inundaban levemente los recovecos de las veredas. Siempre había llovido pero nunca llovía, sólo agua, agua que se sentía por todas partes. Agua gris como un mar de invierno. Lo sabía mucho antes, mucho antes de que el domingo por la noche nos sorprendiera una tormenta que casi nos encierra en la ciudad. Tras la tormenta pensé que seguramente por eso era que se notaba tanto el agua en el aire, que probablemente en otro momento Montevideo no se percibe como una ciudad tan terriblemente húmeda. Tras este descubrimiento me veo obligada a corregirme.
Mi Montevideo es una ciudad de agua.